El libre mercado y la libre competencia son absolutamente fundamentales para fomentar la innovación y para acercar al público en general la más moderna tecnología. Las empresas tienen que pelear en igualdad de condiciones para reducir los precios. Los clientes se benefician de esta competencia, pero Bruselas y Pekín están pensando en planos muy diferentes. Un acuerdo entre ambas partes está cada vez más cerca, aunque la solución que se plantea no es la mejor en términos económicos o de libre mercado para los conductores europeos.
El Parlamento Europeo ha descubierto que Pekín ha subvencionado e incentivado su industria automovilística con el único objetivo de desestabilizar el mercado internacional. El Gobierno chino ha regado con miles de millones a sus marcas para así acelerar el desarrollo de nuevos productos y con el propósito de que éstas sean capaces de extenderse a otras regiones del mundo sin tener que preocuparse en exceso de los resultados. Con este gran aporte económico, una enorme red nacional, es mucho más fácil entrar en otros países. Se reduce el precio de venta y se logra llegar al público de forma masiva.
Europa quiere fijar un precio mínimo por cada coche vendido
La única marca china que por ahora ha conseguido un aceptable volumen de ventas es MG, y no por sus coches eléctricos. El Grupo SAIC, propietaria de MG, ha conseguido introducirse en mercados como el español gracias a agresivas campañas comerciales. Bruselas teme que se produzca el mismo éxito con los coches eléctricos, lo que causaría un gran terremoto en el status quo dentro de Europa. El Parlamento teme que los coches eléctricos chinos sustituyan a los europeos, lo que a su vez suponga enormes pérdidas para las marcas, cierre de fábricas y millones de despidos. En lugar de fomentar la producción local con incentivos y menos trabas burocráticas, Europa ha fijado aranceles que sancionan la llegada de coches procedentes de China.
Ya la semana pasada empezó a correr un fuerte rumor sobre las negociaciones entre China y Europa. Bruselas quiere poner un precio mínimo a los coches eléctricos procedentes del este, medida con la que China está cada vez más de acuerdo. En lugar de aplicar aranceles por cada vehículo que cruza las fronteras, el límite de precios obligará a las marcas a no poder venderlos por debajo de cierta cantidad. No se sabe cómo se aplicará dicho límite comercial, lo que sí está claro es que los coches serán más caros o al menos no se incentivará una guerra comercial que provoque una reducción en los precios. Europa también habría propuesto otro trato diferente, pero este sería casi imposible de aceptar por parte de los chinos.
La libre competencia es el pilar fundamental en el que se apoya la reducción de precios. Si los fabricantes europeos no tienen que preocuparse de que sus mayores rivales ofrezcan productos mejores o iguales a menor precio ellos tampoco reducirán las tarifas a sabiendas de que un conductor europeo priorizará la compra de una marca o un producto europeo, no sólo por su supuesta mejor calidad o rendimiento, sino también por su cobertura de venta y postventa. El conductor, el cliente final, es el único que sale perjudicado con este posible acuerdo. Por el momento las negociaciones siguen abiertas, no hay nada cerrado aunque cada vez son más los rumores que apuntan en la misma dirección de pactación de precios.