En un mundo globalizado, resulta imposible emprender la guerra por tu cuenta a no ser que seas la mayor superpotencia que existe. China se ha convertido, bajo el mandato de Xi Jiping, en el mayor músculo productivo y comercial de todo el globo, desbancando a otras grandes potencias como Estados Unidos y Europa. En el mercado del coche eléctrico controlan la oferta y la demanda gracias a sus numerosas reservas de materiales necesarios para la producción de baterías y chips. Para intentar plantar cara a semejante poder, el Gobierno de Joe Biden ha establecido una política comercial que ha enfurecido al Viejo Continente.
La Ley de Reducción de la Inflación ejecutada por la Administración Biden ha supuesto un duro varapalo para los intereses comerciales de las empresas automovilísticas europeas. Seducidos por miles de millones de dólares en subvenciones y exenciones fiscales, numerosas compañías han desviado sus inversiones a Estados Unidos. Una fuga de capital, valor y tecnología que Europa no puede permitirse. A mediados de marzo el Parlamento Europeo modificó y aprobó el pliego de condiciones para poder acceder a las ayudas. Una menor burocracia que tratará de compensar la pérdida de empresas, aunque no se trata de una medida definitiva, pues sólo estará vigente hasta finales de 2025.
Sin embargo, durante las últimas semanas, Washington y Bruselas han estado negociando una tregua comercial con el fin de plantar cara conjuntamente a China. Si esas conversaciones fracasan, el crecimiento global del mercado eléctrico podría desequilibrarse, principalmente en Europa. Muchos fabricantes pondrían su atención en Estados Unidos y los europeos saldrían perdiendo en competitividad. Desde el Este llegan cada vez más compañías asiáticas dispuestas a plantar cara a las marcas más tradicionales. XPeng, NIO, MG, BYD y muchas otras están aterrizando en nuestros mercados, mientras que Tesla, una compañía americana, tira del carro en cuanto a ventas eléctricas.
Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, visitó el Despacho Oval hace unas semanas con el objetivo de establecer los primeros patrones de la negociación. Sin embargo, el acuerdo está lejos de producirse. El principal punto de interés se centra en firmar una colaboración sobre el flujo de minerales críticos para la producción de vehículos eléctricos, pero los americanos, sabedores de su posición dominante, están complicando la negociación mientras que la situación sigue provocando mucha ansiedad en Bruselas. La agenda 2030 es el gran factor limitante para el Viejo Continente.
Europa tiene previsto reducir al mínimo sus emisiones de CO2 y las actividades mineras necesarias para la extracción de los preciados y esenciales materiales que resultan altamente contaminantes. Bruselas quiere que Estados Unidos fije precios comercialmente competitivos en las materias primas, mientras que pone trabas a la explotación de importantes minas dentro del territorio. Esta misma semana hemos podido saber que el yacimiento de litio de Valdeflores, en Extremadura, ha dado un paso fundamental para convertirse en la mina más grande en Europa. Un proceso que se está dilatando mucho por culpa de los exigentes estándares fijado por la Unión Europea.
En todo este proceso, la industria del automóvil ha ejercido su propia presión contra las instituciones públicas. Las políticas medioambientales tienen un buen propósito, pero están mal ejecutadas. Tras ratificarse la prohibición de vender coches térmicos a partir de 2035, diferentes problemas han surgido a raíz del acuerdo. El primero tiene que ver con la exención solicitada y aprobada por Alemania para incluir a los combustibles sintéticos en esa agenda de sostenibilidad. El segundo problema llega de la mano de la norma Euro 7 que entrará en vigor a partir de 2025. Muchos fabricantes han declarado su oposición a tan rápida ejecución, pero no parece que Bruselas vaya a cambiar de rumbo. Supone mucho gasto adicional para las marcas. Un presupuesto que se logrará a costa de subir el precio de los coches, una vez más.