¿Qué es un motor magnético y por qué podría ser una solución definitiva para disponer de energía casi infinita y sostenible? Se trata de un concepto sobre el que discuten tanto ingenieros como físicos. Conceptualmente, estos motores emplean imanes permanentes dispuestos de forma que se repelen y atraen entre sí en un ciclo continuo de movimiento que no precisa de energía externa.
Sin embargo, crear un motor de movimiento continuo choca frontalmente con las leyes de la termodinámica, que establecen que la energía no puede crearse ni destruirse, y las pérdidas de energía debido a la fricción y otros factores. Además, la necesidad de emplear materiales duraderos que no se desgasten hace más complicado materializarlos en la práctica.
Una historia que se remonta al siglo XIII
Si la teoría de su funcionamiento pudiera hacerse realidad, los motores magnéticos tendrían el potencial de revolucionar muchos sectores industriales, incluidos los vehículos eléctricos y la generación de energía. La historia de estos motores se remonta a 1.269, cuando Petrus Peregrinus de Maricourt mostró un experimento conceptual que empleaba imanes para impulsar el movimiento de una rueda, una idea inicial de lo que hoy en día reconocemos como un motor magnético.
Durante el siglo XIX y el comienzo del XX, diferentes experimentos trataron de desarrollarlos sin alcanzar prototipos reales y prácticos. Las limitaciones en el conocimiento científico de la época y las restricciones tecnológicas fueron el principal obstáculo para un verdadero desarrollo. Sin embargo, a lo largo del siglo XX sí se llegaron a patentar diferentes diseños que afirmaban lograr el movimiento perpetuo.
En el siglo XXI se ha elevado el interés por los motores magnéticos, impulsado por la era de la información y la facilidad de compartir ideas rápidamente a través de Internet. El resultado es la proliferación de teorías, diseños y supuestos prototipos que han alcanzado cierta notoriedad, aunque ninguno ha sido validado científicamente de manera concluyente.
Principios básicos del ‘milagro’ de los motores magnéticos
En materiales como el hierro, el cobalto o el níquel el efecto del magnetismo se manifiesta creando dos polos, norte y sur, de los que emanan las fuerzas magnética y que repelen o atraen a otros imanes. Los polos opuestos se atraen y los iguales se repelen. Un principio básico que se utiliza en los motores magnéticos.
Los imanes producen un campo magnético en una región del espacio en la que actúa el flujo magnético, que representa la cantidad de magnetismo que tiene en cuenta tanto la fuerza como el área en la que actúa. En estos campos, el trabajo realizado al mover un objeto magnético a lo largo de una trayectoria cerrada es nulo. Como veremos luego, este principio fundamental impide que los motores magnéticos puedan generar energía de manera continua.
El electromagnetismo amplía el efecto del magnetismo sobre la electricidad, es decir, la interacción de los campos magnéticos con las cargas eléctricas. Una corriente eléctrica genera un campo magnético a su alrededor, un principio básico que se usa en todos los motores eléctricos y generadores. Por lo tanto, se crea un imán electromagnético cuando solo funciona como tal al aplicársele una corriente eléctrica. El efecto de atracción o repulsión puede controlarse en intensidad, pero deja de existir cuando esta cesa.
En los motores eléctricos convencionales, se emplea el electromagnetismo para transformar la energía eléctrica en movimiento mecánico. Este proceso se logra mediante la interacción de campos magnéticos generados por imanes permanentes (en el rotor) y electromagnéticos (en el estator). Es decir, precisan de energía externa.
Sin embargo, los motores magnéticos se centran en el concepto de movimiento perpetuo. Teóricamente, aprovechando las fuerzas de atracción y repulsión intrínsecas a los imanes, sería posible crear un motor capaz de operar indefinidamente sin depender de una fuente externa de energía.
Pero esto no es consistente con los principios fundamentales de la termodinámica. La 1ª Ley de la Termodinámica (conservación de la energía) establece que la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma. Un motor magnético perpetuo violaría esta ley fundamental. La 2ª Ley de la Termodinámica establece que en cualquier sistema cerrado, la entropía (el desorden o la aleatoriedad), tiende a aumentar con el tiempo. Un motor magnético también contradice esta ley, ya que implicaría un sistema con una entropía constante o decreciente.
En el ámbito de la física, un campo de fuerzas, como es el magnético, se considera conservativo cuando el trabajo total efectuado por dicho campo sobre una partícula que se desplaza en una trayectoria cerrada, como la órbita de un planeta, es igual a cero. En un motor magnético esto implicaría que no se realiza trabajo al mover un objeto en un recorrido cerrado. En consecuencia, un motor que dependa únicamente de la interacción magnética no puede llevar a cabo un trabajo neto a lo largo del tiempo.
Por otro lado, está el problema del diseño que implica una disposición estratégica de los imanes con el objetivo de lograr un movimiento continuo. Tanto el estator (la parte inmóvil) como el rotor (móvil) contienen imanes dispuestos de manera que sus polos opuestos se enfrentan para crear un ciclo de repulsión y atracción y generar un movimiento continuo. El mayor desafío de esta arquitectura es el rozamiento. Las pérdidas energéticas por fricción y la resistencia del aire frenan el movimiento.
Pero, incluso si se superasen los límites termodinámicos, los materiales empleados en la construcción de un motor magnético experimentarían desgaste y fatiga con el tiempo, lo que tendría un impacto en su rendimiento y eficiencia. Además, lograr un control preciso y una operación estable en un sistema que se basa exclusivamente en fuerzas magnéticas representa un desafío considerable. La variabilidad en la fuerza magnética y las interacciones dinámicas complejas entre los imanes dificultan la consecución de un sistema estable y controlable.
¿Un caso real?
Uno de los casos más destacados presentado en este siglo ha sido el del motor magnético Perendev y sus variaciones, impulsado por inventores como Michael Brady, que llegó a presentar su invención en varias ocasiones, pero no pudo demostrar de manera concluyente y científica que su dispositivo operara como un auténtico motor de movimiento perpetuo.
Otros inventores y aficionados al bricolaje han afirmado haber desarrollado motores magnéticos funcionales adoptando configuraciones únicas de imanes que, según sus creadores, generan un movimiento continuo. Sin embargo, ninguno de estos ha superado un escrutinio científico riguroso ni ha sido reconocido por la comunidad científica como un ejemplo viable de movimiento perpetuo.