En 2020 el mundo vivió el duro impacto de una pandemia global. La seguridad sanitaria supuso la paralización de todas las industrias. En apenas unos meses el mundo cambió radicalmente, y todavía a día de hoy vivimos con las consecuencias. La industria del motor vive desde entonces una fuerte recesión. Los problemas se han sucedido uno tras otro desde marzo de 2020, y nada augura que vayan a solucionarse a corto plazo. Los recortes en la producción durante este 2022 han supuesto la pérdida de dos millones de vehículos menos fabricados en todo el mundo. Un dato demoledor.
Posiblemente el mundo no vuelva a ver las cifras de producción de antes de la pandemia. En España hace un tiempo se vendían más de un millón de coches por año. Ahora, con suerte, superamos la barrera de los 900 mil. Un 10% menos de ventas que nadie espera recuperar en el plazo de los próximos años, a no ser que cambie mucho el panorama actual, que tampoco tiene pinta. Los fabricantes tienen la producción muy limitada, y con lo poco que fabrican buscan la máxima rentabilidad.
El precio de los coches está disparado porque no hay modelos de acceso. Los fabricantes se han dado cuenta que fabricando los modelos que dejan más margen de ganancias ganan más que fabricando una gama más completa. La dificultad en el mercado de los microchips ha obligado a las marcas a apuntar muy bien cada lanzamiento, cada modelo y cada unidad producida. Lo primero es el beneficio, lo segundo ofrecer al cliente algo que pueda comprar.
Durante los meses de confinamiento, la industria del automóvil se paralizó, pero la electrónica de consumo vivió un esplendor nunca visto. Consolas, relojes, televisores y toda la electrónica doméstica y de uso absorbió toda la fabricación mundial de microchips. A diferencia de otros componentes, las fábricas de microchips se cuentan con los dedos de una mano. Los fabricantes paralizaron la compra de componentes que se destinaron a otras industrias. Cuando quisieron retomar la actividad el mundo colapsó.
Desde entonces las líneas de montaje reciben los chips con cuentagotas. Turnos cesados, líneas paradas y fábricas cerradas han sido la consecuencia principal de un cuello de botella al que pocos expertos son capaces de ponerle fecha final. Ante esta situación en lo que llevamos de año más de dos millones de coches no han podido fabricarse. Es un dato muy duro que no hace más que agravar un problema que ha lastrado la recuperación económica de la industria.
Si a eso le sumamos la situación geopolítica de Europa del Este, el encarecimiento de materiales esenciales y el incremento en los precios de los carburantes, nos da como resultado un mercado que es capaz de acceder a un coche nuevo. Los pocos coches que hay a la venta se han encarecido más de un 10% en los últimos meses, y lo peor de todo es que nada parece que vaya a detener esta escalada de precios. Los modelos básicos no dejan ganancias en las marcas, y por lo tanto no los fabrican o los fabrican en un número más bajo. Los analistas no ven una salida temprana, algunos de ellos, los más negativos, ni siquiera contemplan un restablecimiento del mercado como antes de 2020.