Todos sabemos que Europa se ha autoproclamado como la región líder en la movilidad sostenible. Los planes del Viejo Continente comprenden la casi total exterminación de los vehículos de combustión para mediados de la década que viene. Esto ha creado un escenario competitivo muy complejo que se ha visto comprometido por diversos motivos. La llegada de la pandemia, el conflicto bélico de Europa del este, las medidas proteccionistas americanas y la llegada de los coches chinos ha causado una tormenta perfecta de inestabilidad industrial que ha animado a los líderes políticos de Europa a iniciar una etapa de confrontación con Asia.
La llegada del coche eléctrico ha sido bien recibida por parte de las marcas. La transición está siendo más acelerada de lo esperado y todavía queda mucho camino por recorrer. Sin embargo, la movilidad eléctrica tiene sus ventajas y sus inconvenientes. A nivel medioambiental no hay duda alguna de los beneficios que causa, pero a nivel comercial ha provocado una situación de desequilibrio con respecto a China, el principal productor del planeta de baterías para vehículos eléctricos. Casi todos las marcas, por no decir que todas, dependen de las baterías chinas, así como de muchos de sus componentes que se exportan.
La situación es tal que algunos fabricantes como CUPRA o Audi ya han comunicado que fabricarán algunos de sus coches eléctricos en China para posteriormente exportarlos a Europa. Es más económico seguir esa estrategia que fabricar directamente en el Viejo Continente donde las políticas continentales hacen un flaco favor a una industria que resulta esencial para los balances económicos de los países miembros. El coste de la energía se ha disparado, al igual que el coste de producción y los precios de los coches. Justo en esa brecha han penetrado las marcas chinas que pueden suponer un riesgo para el sector.
Si bien los fabricantes europeos todavía no alertan de un peligro palpable para la industria, muchos CEO de marcas como Renault o BMW no defienden políticas proteccionistas agresivas. Hace unos días la líder de Europa, Ursula von der Leyen, anunció el inicio de una investigación continental para determinar si China está incurriendo en un sistema contra el libre mercado internacional al ofrecer agresivos subsidios a las marcas locales que impiden la libre competencia con el resto de fabricantes. Muchos consideraron esta investigación como el preámbulo de las hostilidades con el gigante asiático, aunque todavía quedaba por conocerse la respuesta del Gobierno chino.
Esa respuesta se ha hecho esperar, pero, para alivio de muchos, el Gobierno de Xi Jinping ha tomado un enfoque sosegado frente a la medida. Si bien el viceprimer ministro, He Lifeng, ha expresado su “preocupación e insatisfacción” por la investigación, ha dejado la puerta abierta a un periodo de negociaciones y buenas relaciones. Los dirigentes no quieren llegar a una posición agresiva y animan a formar grupos de trabajo sobre políticas financieras y comerciales para evitar esa posible restricción a la exportación de coches eléctricos desde China. Esta posición ha cogido a muchos por sorpresa ya que sobre la mesa está en juego una relación económica valorada en 900.000 millones de dólares.
Actualmente, China se encuentra en una fase de desaceleración económica causada por cientos de miles de millones de dólares de pérdidas. Los efectos de la pandemia todavía se hacen notar. Grandes empresas locales como Evergrande se han declarado en quiebra y muchos expertos aseguran que la oferta de vehículos eléctricos puede provocar el colapso del mercado. Varios de sus fabricantes podrían no sobrevivir y causar un daño mayor en la ya de por sí delicada situación financiera. Es por eso que los chinos ahora toman un enfoque tranquilo y abierto sobre los pasos europeos, pero por el momento nada está garantizado de cara al futuro.