Las historias no siempre tienen el final que queremos o esperamos. El mundo es cada vez más competitivo y el hecho de destacar no es sinónimo de éxito o garantía de supervivencia. El sueño de Henrik Fisker siempre ha sido crear su propia marca de coches. El diseñador del Aston Martin DB9 dio el gran paso y si bien ha estado a punto de tocar la gloria en un par de ocasiones, la dura realidad le ha golpeado. Su última aventura está a punto de acabar. El fin de Fisker está cerca o al menos así lo apuntan los informes y declaraciones de numerosas fuentes. La producción sigue paralizada y no parece que vaya a reactivarse.
Cuando se presentó al mundo el Fisker Ocean muchos fueron los que aseguraron un rotundo éxito para la empresa. Sobre el papel la receta no podía ser más apetitosa. Un SUV medio con gran autonomía, buen diseño, amplio equipamiento y un precio razonable. Una fórmula anti-Tesla de lo más aparente. Las reservas ascendieron rápidamente, al igual que el interés por la compañía. El dinero entraba en las cuentas de la compañía gracias a inversores que apostaban por el futuro. El problema es que ese dinero salía tan rápido como entraba o incluso más deprisa.
Fisker se queda sin socio para fabricar sus coches
Crear una marca y un producto de cero es tremendamente caro, aunque Fisker, un gran conocedor de los entresijos de la industria, supo rodearse de grandes socios que le permitieron reducir costes. Fisker Automotive no ha fabricado nunca sus propios coches. La compañía llegó a un acuerdo mediante el cual Magna Steyr, una de las empresas secundarias más importantes de la industria, ensamblaría los Ocean en su fábrica de Austria. Durante meses la actividad ha ido en aumento tras unos primeros pasos dubitativos, pero normales dentro de lo que se espera para una compañía nueva.
Con miles de unidades entregadas en todo el mundo, Fisker seguía necesitando grandes cantidades de dinero, pero estas no llegaban. Ya en marzo surgieron los primeros rumores sobre la delicada situación financiera de la empresa. Los primeros informes apuntaban a una falta de liquidez para mantener con normalidad las operaciones diarias. La compañía, con Henrik Fisker al mando, empezó a buscar grandes socios, marcas rivales, con los que poder reducir su exagerada cuenta de gastos. Nissan parecía la mejor posicionada, pero finalmente los japoneses se echaron para atrás. Fisker Automotive se quedaba sin 400 millones de dólares.
Durante este tiempo no han surgido novias para la empresa, que sigue en standby. Los últimos comentarios procedentes de Estados Unidos apuntan al cierre de la sede de California. Mientras, en Europa, Magna Steyr asegura que no tiene planes para fabricar más Ocean en lo que queda de año. Un clavo más en el ataúd de Fisker. La Bolsa de Nueva York ha retirado las acciones de la empresa del parque de valores ante la baja cotización de las mismas. Todavía quedan muchas unidades del Ocean por venderse. El stock acumulado, el gran problema de la empresa, sigue siendo una losa económica que ni con grandes ofertas se desvanece. Lamentablemente, a falta de un bote salvavidas, el fin de Fisker está cada vez más cerca.