BMW, Audi o Mercedes siempre han sido marcas no sólo de reconocido prestigio a nivel internacional, sino también aspiracionales. Comprarse un coche alemán siempre ha sido sinónimo de comprar un coche con cierto pedigrí. ¿Quién no ha querido conducir un Porsche, un BMW o un Mercedes? Durante toda la historia de la automoción, el país ha disfrutado de una posición tan privilegiada como merecida. Sin embargo, ya no estamos en ese mundo y ahora los ataques llegan desde diferentes frentes, tanto exteriores como interiores. Los fabricantes principales se muestran muy preocupados, razones no les faltan.
Sólo hay que echar un vistazo a la lista de las últimas noticias publicadas. China centra gran parte de la atención mediática diaria. Cada vez más marcas se atreven a llegar a Europa animadas por una política continental que no penaliza a los productos extranjeros. No es fácil, pero tampoco muy difícil, exportar coches de Asia al Viejo Continente y, aunque todavía sus ventas son residuales, el mercado demuestra que ya no hay esa pasión por el coche alemán. ¿Por qué?
Un nueva encuesta realizada por el Instituto Ifo de Múnich, recogida por Automotive News Europe, demuestra que el cliente europeo ya no mira con tanto agrado a las marcas alemanas. La imagen de fabricantes como BMW, Mercedes o Volkswagen se ha deteriorado seriamente, aproximándose mucho al punto más bajo registrado en el año 2008. Siempre se ha dicho que los gustos en Europa son más clásicos y exigentes, pero eso es porque hasta ahora no habían llegado muchos productos capaces de ofrecer un posicionamiento diferente.
Tesla fue la primera en jugar esa baza y, a tenor de los resultados, la jugada no ha podido salir mejor. Cuando la compañía arrancó hace ya más de una década, pocos eran los que temían su presencia. Vale que no sea una marca a la altura de las firmas premium alemanas, pero el comprador europeo ya no es el que era. Busca algo diferente, algo que BMW, Mercedes, Audi o Volkswagen no son capaces de ofrecer. Es un soplo de aire fresco y la compañía de Elon Musk ha conseguido establecerse como la más disruptiva de todas. Sus coches hoy lideran las tablas de ventas y nada parece que vaya a cambiar a corto plazo.
Con Tesla desbocada, los alemanes no sólo miran al oeste para identificar a sus rivales, ahora también tienen que prestar atención al lejano oriente. China se ha establecido como el rey de reyes del mercado eléctrico. Prácticamente, todas las baterías proceden de allí. CATL y BYD son los mayores productores a escala global y los chinos se han dado cuenta de que el resto de marcas comen de su mano. Independizarse de la industria asiática es algo sencillo de decir, pero tremendamente complejo de ejecutar. A día de hoy ningún fabricante puede escaparse de la tracción de China.
Ahí es donde entra en juego el tercer causante de esta situación que quita el sueño a los alemanes. Europa tiene ambiciosos objetivos de neutralidad de emisiones, pero los planes se han fijado sin calcular realmente las medidas y los efectos. La economía continental es débil y el euro pierde fuerza con respecto a otras monedas internacionales. Los fabricantes chinos tienen pista despejada para su introducción en el Viejo Continente y las marcas alemanas son incapaces de igualar los costes y las tarifas. La producción es cara ante el aumento del precio de la energía. La inflación disparada, los tipos de interés en ascenso y sin freno, los precios desorbitados… Todo ello ha creado un ambiente de debilidad no sólo para Alemania, también para Europa en general.