En su centenaria historia, los Rolls-Royce se han labrado una reputación que los posiciona como los coches más lujosos del mundo. Materiales de la más alta calidad, ensamblaje artesanal, un diseño y dimensiones siempre imponentes y unos motores de excelso refinamiento. Rolls-Royce también se ha rodeado de algunos mitos y leyendas que han alimentado todavía más su aura de inalcanzable, a veces impulsados por la propia marca. Y con la llegada de su primer coche eléctrico no iba a ser menos.
El primer coche eléctrico de Rolls-Royce se llama Spectre y, según la propia marca, ha sido creado, primero, como un Rolls-Royce y, después, como un eléctrico. Dicho de otra manera, lo más importante no es que lleve una batería en vez de un enorme V12, sino que mantenga (o mejore) el refinamiento y el confort de marcha que les caracteriza. Un ejemplo de ello es que Rolls-Royce ha sacrificado una de las características típicas de un coche eléctrico en favor de la comodidad de sus ocupantes y, especialmente, de los propietarios del coche.
Desde su mismo nacimiento, Rolls-Royce ha sido una marca de muy alto lujo. Lo sigue siendo hoy en día. Y desde sus inicios, a principios del siglo XX, los Rolls-Royce han sido conducidos en buena parte por chóferes. El acaudalado propietario viajaba detrás. Esto se refleja, entre otras cosas, en el enorme espacio que siempre han tenido las plazas traseras o en las diferentes amenidades que incorporaban, incluyendo frigorífico y copas de champán.
Una de esas leyendas que rodean a la marca y que, sean ciertas o no, alimentan el mito es la llamada prueba del champán. Esta prueba consiste en que la conducción del chófer de un Rolls-Royce tiene que ser lo suficientemente suave para que los pasajeros puedan beber champán sin derramarlo ni echárselo por encima en un descuido, ni en las frenadas ni en las aceleraciones. Pero esto puede chocar con la respuesta de un coche eléctrico, nerviosa e inmediata.
Cualquier coche eléctrico, incluso un pequeño utilitario que no alcance los 100 caballos de potencia, tiene una respuesta viva y una aceleración enérgica desde parado. Esto se debe a que los motores eléctricos entregan prácticamente todo su par motor de manera instantánea, con lo que la respuesta al acelerador es inmediata. Ahora, imagine el lector que, en vez de un utilitario de 100 caballos, hablamos de un coche con dos motores eléctricos, 585 caballos de potencia y unos colosales 900 Nm de par.
Eso es un enemigo de la prueba del champán. Así que Rolls-Royce ha decidido adormecer artificialmente la respuesta del pedal del acelerador para que sea más suave y más progresiva, evitando que los pasajeros experimenten tirones innecesarios e incómodos. La firma británica ha creado el software de tal manera que, al pisar el acelerador, la aceleración tenga un crescendo más sosegado en lugar del vertiginoso poderío que sería normal en un coche eléctrico con la potencia del Spectre.
Ahora bien, como decíamos, hay muchos mitos alrededor de Rolls-Royce y a la marca le gusta alimentarlos, ¿Por qué decimos esto? Porque seguramente la prueba del champán no será muy habitual en el Spectre. Hablamos de un coupé dos puertas (2+2 plazas) que está enfocado a un cliente más joven que la media (dentro de la marca) y que conducirá el coche él mismo. Las plazas traseras, aunque son generosas para un coupé, nada tienen que ver con las de un Phantom VIII o un Ghost.
Que la respuesta del acelerador esté adormecida artificialmente no significa que haya unas prestaciones pobres. Si se acelera a fondo, el Spectre es capaz de hacer el 0-100 km/h en sólo 4,5 segundos. Nada mal para un coche de 5,45 metros y casi 3 toneladas en orden de marcha. La autonomía es de 530 kilómetros, según WLTP, gracias a una batería de 102 kWh de capacidad.